ROMANCE A LA MAESTRA RURAL
Manuel Graterol Santander
Hace tiempo que te debo
este romance, maestra,
desde el tiempo que tú ibas
a pié por la calle aquella
a repartir tu enseñanza
a los niños de alpargatas
y manchas en las franelas
que llevaban en sus bultos
una esperanza pequeña:
los cuadernos con pinturas
de casas y sementeras,
hombres junto a su conuco
muchachos cargando leña,
un escudo con un potro
y un tricolor con estrellas
Dulce maestra rural,
el corazón te recuerda
en la plana donde ayer
me balbuceaban las letras
entre aquél lápiz de a locha
y el papel de la bodega
y tu mano campesina
me mostraba cosas bellas:
un mapa con veinte estados
y aquel nombre: Venezuela,
y bajo el techo de palmas
y sobre el piso de tierra
se te escuchaba la voz
de paraulata risueña
como una cortina gris
tejida con puras perlas
Atravesabas el pueblo
con tus diez libros a cuestas
bajo el sol de la llanura
por las calles polvorientas
y el sol dibujaba sombras
sobre aquella piel morena,
sobre aquel pincel de luz,
sobre aquellas manos buenas,
y llegabas a la clase
a enseñarnos la manera
de darle ternura al canto,
de darle canto a la senda,
de darle amor a la flor
y darle flor a la abeja.
Cuando sonaba el repique
de aquella campana vieja
hecha de un rin de camión
colgado de una cadena,
se te escuchaba la voz
por los patios de la escuela:
-Niño te vas a ensuciar
si sigues jugando metras.
-Muchacho, recoge el libro,
no sigas tirando piedras.
A veces árida y dulce
como una misma ciruela
en el desfile escolar,
en el acto, en la verbena,
y para cantarte a tí
pongo las cuerdas de seda
a la guitarra que hice
ayer con la luna llena
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