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....Y vió que el hombre de la llanura era, ante la vida, indómito y sufridor, indolente e infatigable; en la lucha, impulsivo y astuto; ante el superior, indisciplinado y leal; con el amigo, receloso y abnegado; con la mujer voluptuoso y áspero; consigo mismo, sensual y sobrio. en sus conversaciones, malicioso e ingenuo, incrédulo y supersticioso; en todo caso alegre y melancólico, positivista y fantaseador. Humilde a pié y soberbio a caballo. Todo a la vez y sin estorbarse, como están los defectos y virtudes en las almas nuevas" Don Rómulo Gallegos

12 de agosto de 2011

Furia -El Celaje de Los Llanos

Luis Alberto Crespo, con esa bellísima prosa que lo caracteriza, así como su pasión por los caballos, nos lleva en su libro LLANO DE HOMBRES,  a los recuerdos de Tedoro Heredia, el dueño de ese caballo legendario, siempre ganador en los coleos, que se llamó Furia y que mereció la composición de un famoso corrío con el mismo nombre, cantado por El Carrao de Palmarito.
El autor titula el artículo
DIEZ TIROS POR UN CABALLO



“Era un ruanito ponche crema, redondo en ancas y de pecho musculoso, que alumbraba con su crin y su pelaje el círculo polvoriento del hato. Tenía marcado el número 50 en la paleta..."

"El tropel volaba entre los palos. Teodoro Heredia buscaba con la vista al pálido potrillo en la confusión de ancas alazanas, castañas, zainas que brillaban de sudor bajo el sol. Eduardo Arreaga interrumpió la solitaria ceremonia que se celebraba en la corraleja: “-¿Va a ensillar ese caballo, compadre?- No, déjese de eso, no vaya a ser que se dé una caída de ese mochito”. Teodoro Heredia lo miró fijamente. Él no podía equivocarse. Más que un reto a su pericia de conocedor de caballos aquel acto era una revelación. Casi, sin decírselo, casi con el pensamiento, respondió “-Me gustó y lo voy a ensillar. Y preparó el lazo..."

"Dieciocho años después aquel encuentro dejó de pertenecer a la memoria de dos hombres. Un Seis Numerao, un corrío, lo eventó al espacio del mito y el potro no tuvo entonces otras distancias ni otro cielo."

"Alejandro Bolívar fue el encargado de prepararlo, lo llevó al primer encuentro con los toros.Había un ojeo cerca de allí. Los vaqueros salieron a parar un ganado. Corrieron en sus caballos mas o menos un kilómetro. Los belfos de las cabalgaduras acezaban. Estaban extenuadas. Un toro surgió de una calceta y voló por encima del pasto. Alejandro Bolívar azuzó al potro y sintió el empuje poderoso de su arrancada. En un pedacito de sabana lo alcanzó y volteó al torazo, tomándolo por la cola hasta dejarlo por tierra , patas arriba, por el “filo e´lomo” como reza el idioma del coleo. Esa fue su primera hazaña. Era un potro de bozal solamente” recuerda aún emocionado Alejandro Bolívar. Desde esa vez, el ruano que habría de ser FURIA comenzó a decirle con su estirpe a los jinetes de lo que era capaz

Se hizo famoso en las mangas de coleo, valiente, rápido y firme:un caballo como Furia no lo parirá otra yegua”, dice El Carrao en su canción. Se hizo leyenda, pues se decía que quien no coleaba en Furia, no era buen coleador. Aún en la oportunidad en que fue corneado en el vientre, el jinete pudo tumbar al toro.

Allá en las mangas de coleo, los amigos no se cansaban de ofrecerle dinero (a Teodoro Heredia), o de proponer “buenos negocios” por “Furia”.

“Vende ese caballo, Teodoro. Hay mucha gente envidiosa. Ten mucho cuidado”, oía decir después de cada tarde de toros coleados o cuando regresaba a su casa con su caballo fogoso y altivo. Los asesinos estaban en las talanqueras, en las esquinas, en los clubes de El Tinaco y Valencia.
Una noche de enero del 67, Furia y sus diez yeguas pastaban en el potrero del hato “La Palma”. Nadie oyó nada. Los asesinos (porque fueron varios, dice Teodoro convencido) sacaron el caballo del potrero, lo llevaron a la quebrada del ”El Pesquero” y le dispararon por el lado de montar diez tiros con una pistola calibre 22. Cuatro balas le apagaron la inteligencia, una quebrantó la esbeltez de su cuello, otras se abatieron sobre los poderosos músculos de sus hombros y la última buscó su corazón, su señorío. “como era un caballo noble, se regresó a la carrera” canta el Carrao. A la mañana siguiente, un amigo fue a despertar a Teodoro Heredia a El Tinaco. “Furia” estaba allá, en el potrero echado, humillado. Teodoro Heredia crispa los músculos de su cara, luego con esa reciedumbre de hombre de llano, habituado a lo terrible, recorre de nuevo el camino de 1967: “Lo encontré bajo un roble. Estaba echado. Alzó la cabeza y lanzó un relincho cuando me vio. Fui a buscar al médico. Eran diez los disparos, pero el que lo mató, se le quedó en el codillo, al lado del corazón. Duró sin embargo, ocho días, la última vez que lo vi, estaba mejor, comió bien y se arrecostó al muro. Así lo encontró Chamorra, el peón amigo que lo cuidaba, a la mañana siguiente. Murió parado”

¿Quién mató a Furia? ¿Por qué lo mataron?, continúan preguntándose en Tinaco y en los pueblos. Una extraña fatalidad y un incomprensible odio asolaron su estirpe. Las diez yeguas que había preñado desaparecieron del potrero donde las tenía Teodoro Heredia. Un hijo suyo amaneció muerto. Una hija, “Reflejo” que fue de Alejandro Bolívar, una rucia blanca, overa, murió de cáncer. Y Chamorra, el que lo cuidaba, fue envenenado con aguardiente. Lo habían oído decir que él si sabía cómo se llamaba el asesino de “Furia”.

El corrío cuenta la historia que coincide en casi su totalidad con este relato escrito por Luis Alberto Crespo, recogido de los recuerdos de sus protagonistas.

FURIA
Juan de los Santos Contreras 
Furia se llamó el caballo
del señor Teodoro Heredia
las muchachas por apodo
le llamaron azucena
el Celaje de los Llanos
el Tigre de las Trincheras
era bonito caballo
color ruano ponche crema
fue un regalo que le hizo
Arreaga en cincuenta y nueve
veinticuatro de diciembre
víspera de Noche Buena
para que fuera a colear
a las fiestas en Guarenas
porque en Guatire le hacen
fiestas a la Magdalena
fue cabalgando en su potro
a ver si tenía carrera
se portó como un campeón
se ganó las charreteras
un caballo como Furia
no lo parirá otra yegua
fue un caballo que en la cancha
Tenía sobrada carrera
todo el mundo se admiraba
hasta los mismos colegas
ganó cuatro campeonatos
en el estado Cojedes
tres diplomas en Valencia
y tres trofeos en Valera
batió record en Nagua Nagua
y en Caracas en la feria
y en Tinaquillo brindó
su primer toro a la reina
ganó toda la champaña
y tres litros de ginebra
y murió siendo un campeón
el famoso de la feria
cuando murió este caballo
no quedó quien no sintiera
hasta los niños lloraban
las lágrimas verdaderas
él perdió muchas ofertas
que le hacían adonde quiera
hasta diez vacas paridas
lo que su vista q ue tú quisieras
el que mató a este caballo
se atreve a matá a su abuela
verdugo sin corazón
no hace paz con la miseria
fue a amarrar este caballo
donde estaba con sus yeguas
como kilómetro y medio
lo cargo por carretera

lo llevó al sitio preciso
a la luz de las estrellas
a orillas de la quebrada
cerca de la carretera
le echó mano a la pistola
y le disparó con ella
a los diez tiros cayó
hincado sobre la tierra
como pidiendo perdón
a aquella terrible fiera
él no murió en el instante
ocho días se quedó en pena
como era un caballo noble
se regresó a la carrera
fue dejando marcadas
huellas por la carretera
chispoteaba de la sangre
que brotaba por sus venas
quedó parado en la reja
rogando a Dios que le abrieran
Teodoro estaba inocente
De la terrible tragedia
Iba pasando en su carro
Por la misma carretera
Como cosas que coinciden
De repente vio la huella
Y miró que su caballo
Sangraba por donde quiera
Lo llevó hasta El Especial
Que el médico le atendiera
Si garantizaba vida
Cobrara lo que quisiera
Pero era caso perdido
Según dijo la enfermera
A los ocho días murió
El día cuatro de febrero
Tengo la fecha anotada
De la noche  que lo hirieron
Día domingo por la noche
El veintisiete de enero
El veintisiete de enero
Del año sesenta y siete
Por envidia fue la muerte
Que dieron al inocente
Que dieron al inocente
Como ignoro quien lo hizo
que reclame al Dios potente
Siete año me acompañó
Y no fue lo suficiente
Y aquí terminó la historia
De aquel caballo valiente
Que la contó Chucho Torres
Del año setenta y siete
































































Ruano: Caballo de pelaje negro, bayo o castaño con una mezcla de pelos blancos (sobre, todo, en el cuerpo y en el cuello) que modifica su color.

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