Continuando la historia anterior, y considerando que nuestro narrador escogiendo de los males el menor, volvió al ruedo en pos del tigre, siguió el relato:
“Notando que el tigre persistía en no cambiar de posición, me dije –“ ahora con él, muchacho, enséñale tus dientes!” - mientras yo daba dos o tres pasos con la intención de clavarlo con la lanza contra la mata.
Pero ¡ay!, tiempo perdido, pues con un manotazo el tigre me quitó la lanza de las manos, me tiró por el suelo “largo a largo” y me dió al mismo tiempo por el pescuezo esta terrible herida que ustedes pueden ver. Pero no fue solo eso, porque el canalla, despreciando todas las reglas de la decencia y de la cortesía, se me sentó tranquilamente sobre la cara, sofocándome con todo el peso de su cuerpo y con la “jedentina” que le salía.
Por fortuna el tigre como el gato, rara vez acaba con su victima con tal que ésta se quede perfectamente inmóvil, mientras tanto algunos de mis amigos que estaban lejos de allí, no escuchando los gritos con que yo animaba a los perros y temiendo que hubiera pasado algo serio, se fueron sobre el lugar de donde salía el latido de los perros y me salvaron de mi peligrosa situación……"
Fuente: La Vida en los Llanos de Venezuela
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